Contrato psicológico y económico.
Además de existir una relación económica entre empresa y empleado, el inicio de un vínculo laboral genera en el último una serie de expectativas que exceden el simple cambio de retribución por prestación de servicios.
Normalmente el empleado compromete en todos los casos su lealtad y esfuerzo –y en muchos casos su creatividad- a favor de la empresa y espera de ella un trato equitativo y respaldo para alcanzar sus metas de desarrollo personal y profesional.
Este “convenio” implícito no tiene una importancia menor que el estrictamente económico y, lógicamente, no sólo existe al incorporarse el empleado, sino que se desarrolla a lo largo de la relación de trabajo.
De allí que sea central el correcto gerenciamiento de este aspecto del vínculo, ya que su incumplimiento puede tener como consecuencia la insatisfacción en el empleado, que se proyecta sobre su rendimiento y eventualmente puede derivar en su desvinculación.
De la misma manera, si se cumplen las expectativas que razonablemente pudo tener el empleado respecto de la empresa, es esperable una mejora en su rendimiento, atención a los clientes, etc, manteniéndose la continuidad de la relación laboral.
El adecuado balance entre ambos aspectos de la relación (psicológico y económico), incumbe a la empresa, que debe comunicar correctamente, con claridad y de manera explícita, el contenido de la totalidad de las obligaciones recíprocas. La tarea es particularmente importante en oportunidades en que surge en el empleado una percepción de desajuste entre los aspectos mentados.
Finalmente, puede observarse que ese equilibrio tiene un valor estratégico para la empresa, si se analiza como necesidad de motivar y retener al personal clave en la cadena de valor de su actividad.